El cáncer en los niños
El cáncer es el gran Goliat contra el que nuestra sociedad médica, disfrazada de David desde hace más de 100 años, quiere luchar y espera algún día poder acabar. Hasta ahora nuestras pedradas, que lanzamos en hondas repletas de fármacos y grandes intervenciones, sólo han conseguido deslustrar su cara y quebrantar un poco su resistencia, pero nos sigue dominando. Muchos investigadores, oncólogos y cirujanos hemos hecho de la batalla contra el cáncer la bandera que guía el barco de nuestro quehacer diario. He visto a lo largo de mi vida miles de familiares pelear contra el cáncer, muchos vencedores airosos y muchos también doblegándose ante la enfermedad cuando ya esta es incurable; la enseñanza que me han dado ha sido inmensa y con ellos he forjado mi carácter profesional y mi forma de hacer la Medicina.
Muchas de las situaciones que he vivido me han hecho tragar saliva porque verte involucrado desde lo más profundo en el tratamiento de un paciente con cáncer es el mayor indicador de que lo estás haciendo bien. Sin embargo siempre he pensado que estas vivencias debían ser ridículas comparadas a las que mis compañeros de Oncología Infantil, Hematología Infantil y Cirugía Pediátrica vivían y viven cada vez que se enfrentan al drama de una niño con un tumor, con un cáncer. Como padre que soy me aterra el padecer de los niños, el sufrimiento sin motivo, sin razón, sin explicación de los pequeños con su inocencia aún intacta expuestos al cáncer. Por eso quiero rendir hoy, en el Día nacional del Niño con Cáncer (21-Diciembre-2014), un homenaje y expresar mi más sincera admiración, valoración y respeto profesional por los profesionales, voluntarios y familias que se enfrentan al cuidado y tratamiento del día a día de los niños oncológicos. Con su entrega, espíritu y los valores que transmiten nos hacer sentir pequeños a los demás y nos empujan a volcarnos ante nuestros adultos con el ánimo de que todos hemos sido niños.
Me gusta poder aportar siempre algo y, aunque no es mi terreno habitual de trabajo sí que me alcanzan muchos conceptos globales de los pacientes oncológicos y lo aprendido de Oncología Médica y Quirúrgica durante mí estudio para la Acreditación Europea en Cirugía Oncológica. El cáncer no se puede prevenir, y la mayor profilaxis que de él se puede hacer es la relativa al diagnóstico lo más precoz posible. Os dejo, para padres y abuelos, los que hoy día son los signos y síntomas de alerta y alarma que nos pueden poner en la sospecha de que un niño puede padecer una enfermedad tumoral, oncológica o neoplásica, que de todos estas formas puede el cáncer llamarse.
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La fiebre, cuando persiste durante más de una semana y no se identifica un foco claro por parte de los padres o del pediatra, sobre todo cuando se acompaña de sudoración sin escalofríos ni tiritonas, es un síntoma que no debe pasar desapercibido.
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Los niños están acostumbrados a darse golpes y levantarse sin decir ni “¡ay!”. Cuando un niño se queje de forma repetida, durante varios días, de mucho cansancio y dolorimiento en abdomen, espalda y extremidades, debe ser estudiado.
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Los ganglios, especialmente en axilas, ingles y cuello son unas estructuras blandas, redondeadas y de menos de 1 cm que todos los seres humanos tenemos y forman parte de nuestro sistema defensivo. Cuando aumentan de tamaño de forma ostensible, se hacen evidentes desde fuera y pasan a estar firmes en su consistencia y aumentan su tamaño, debemos consultar siempre con el pediatra.
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El picor o prurito es un síntoma de poca importancia y que acompaña de forma muy habitual a muchas lesiones cutáneas benignas de poca importancia. Sin embargo, cuando no se localiza en un sitio concreto sino que es generalizado y sin lesiones cutáneas asociadas, debe ser vigilado.
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Los niños son vitales, están siempre en movimiento y no paran. Cuando pasen mucho tiempo quietos, se cansen fácilmente y los veamos pálidos o con “peor cara de los habitual”, debemos inquietarnos porque puede ser un síntoma de alarma.
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A los niños hay que controlarles el peso de forma semanal. Esto debe tanto para que nos encienda la lucecita cuando vayan ganando peso poco a poco (no olvidemos que la obesidad des la gran pandemia del siglo XXI) sino para detectar pérdidas progresivas no explicadas por alguna proceso infeccioso y en el contexto de un niño que ya no come como antes, que está más débil o más flojo. Estas pérdidas, si son consecutivas y se mantienen en 2-4 semanas, deben alertarnos.
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Todos sabemos que los niños se caen y se golpean mucho, y es muy frecuente que tengan moratones en las piernas sobre todo. Sin embargo cuando estos aparecen en zonas no habituales, son mayores de lo habitual o incluso tenemos sangrados espontáneos por la nariz o las encías, debemos pensar que existe un trastorno de coagulación un déficit de plaquetas, ambos sugestivos de algún tumor subyacente.
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El dolor de cabeza mantenido o los vómitos sin haber comido recientemente son un indicador de aumento de la presión intracraneal y ello sólo se produce en el contexto de algún tumor maligno que genere, por ocupación y expansión, aumento de la presión en la caja craneal y el reflejo del vómito y dolor por presión.
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Los niños tienen tendencia a coger infecciones con mucha frecuencia, sobre todo en el trato respiratorio superior; tan rápido como las cogen, las superan y se recuperan. Cuando un proceso infeccioso se perpetúe en el tiempo y no se cure pese a hacer el niño el tratamiento adecuado, el pediatra debe tener conocimiento para iniciar la vigilancia y el protocolo analítico de despistaje.
- Los tumores de los niños tienen la particularidad de desarrollarse con mucha rapidez y, afortunadamente, en muchos de ellos, la sensibilidad a la quimioterapia es alta y pueden remitir de forma espectacular. El abdomen, al no estar limitado por estructuras sólidas (huesos) en su parte anterior, permite que los procesos tumorales se pongan de manifiesto de forma rápida como un aumento brusco del perímetro abdominal, es decir, un abdomen que crece mucho rápidamente.