El mes que vivimos peligrosamente

 

libero abrazos

El 11 de septiembre de 2020, 18 personalidades malagueñas de diversos ámbitos nos congregamos para presentar "Abrazos prestados", un libro que recoge 16 relatos propios que reflejaron nuestras vivencias, reflexiones e ideas que propició el confinamiento a causa de la pandemia provocada por la COVID-19.

Con la portada diseñada por el ilustre artista José Luis Puche, este libro es un reflejo de todo lo que sentimos El Kanka, Dani García, Adelfa Calvo, Manolo Rincón o Tecla Lumbreras, entre otros compañeros, durante los días de cuarentena.

A continuación, plasmo mi aportación convertida en el capítulo que titulé "El mes que vivimos peligrosamente":

 

"El médico moderno ya no debe sólo saber de Medicina y buscar la excelencia en el conocimiento de su especialidad para intentar ser el mejor. No es suficiente. Debe manejar los conceptos relativos a la economía de la salud y saber identificar cuál es el coste real de las terapias que va a aplicar y como impactan en el gasto público. En este sentido, y para crecer en el manejo de estas ideas, en Noviembre-2019 decidí dar un paso adelante en mi formación profesional y matricularme en el Master AD-1 (Alta Dirección de Empresas) de la Escuela de Negocios de San Telmo; su duración prevista era de 9 meses y me ocuparía 2 días cada mes comenzando un jueves por la mañana y terminando al mediodía del viernes, día siguiente, y alternando las sedes de Sevilla y Málaga.

La sesión de Marzo se celebró los días 12 y 13 de Marzo y fue en Sevilla, y allí empecé durante la tarde del jueves 12 a darme cuenta de que algo “gordo” estaba pasando. Ese día dejaron de asistir aproximadamente la tercera parte de los alumnos y los que allí estuvimos no le prestábamos por aquel entonces (no ha pasado ni un mes desde ese día) atención alguna al Covid-19. No había afectados cerca de nosotros, la vida seguía latiendo al mismo ritmo y lo del coronavirus era algo que estaba pasando en China y que tenía que ver con las costumbres que tienen ellos, los chinos, de comer sopa de murciélago, aleta de tiburón y pangolines a bocados. Es verdad, y es lo único en lo que creo que el gobierno de España no nos ha mentido y tiene razón, que la pandemia Covid-19 no la vimos venir; todo lo que ha venido después ha sido una mentira continua.

Durante aquella tarde sevillana del día 12 de Marzo ya corría el rumor por las aulas de San Telmo de que los colegios se iban a cerrar y prácticamente dábamos por hecho que al día siguiente las sesiones del Máster se suspenderían. A mi me resultaba difícil creer que eso pasara y dentro de mi seguía pensando que se estaba exagerando un poco todo. Lo que estaba pasando en Madrid no nos lo estaban contando y no parecía de entidad como para fastidiar la rutina de vida del día a día. De pronto, me entra en el teléfono que el Ibex 35 se desploma un 15% en la Bolsa, la mayor caída de su historia, y baja por debajo de los siete mil puntos; y yo me empiezo a preocupar mucho hasta que sale la ministra de Economía, la señora Calviño, y en la mañana del viernes 13 siguiente (curioso, igual día que la saga de películas de terror) nos dice que el impacto económico del coronavirus sería “poco significativo y transitorio”, y ya me quedo más tranquilo. Por otro lado, como secuencia inversa, el vicepresidente de la Junta de Andalucía, señor Marín había indicado 48 horas antes por la tarde que no había necesidad de cierre de colegios ni centros educativos; veinticuatro horas más tarde, el señor Moreno Bonilla, nuestro presidente, ordenaba el cierre de los mismos a partir del lunes día 16 de  Marzo. Como para volverse loco, conforme más se mira para atrás más claro está que ninguno tenía ni idea de lo que iba la cosa. ¿Qué es lo que estaba pasando?

Así, el viernes 13 de Marzo hubo clase y a las 15 horas terminamos la doble sesión del Máster y tuve la sensación, por primera vez, de que algo malo estaba ocurriendo en nuestro país porque se iba a decretar el estado de alarma, cosa que no había conocido en mis 49 años largos de vida. Recuerdo coger el coche y salir corriendo de Sevilla porque alguien me dijo que se cerraban las carreteras regionales en la misma tarde y que o me daba prisa o no podría volver a Málaga. Todo me resultaba raro, tenía inquietud en el cuerpo y, por fin, “sensación de gravedad” como decimos los médicos. Y todo ello sin que pareciera estar pasando nada malo en nuestro entorno. Todo muy raro, tanto que durante ese primer fin de semana ya tuvimos que asumir el desastre que se venía encima y hoy, 33 días después, esto ha dado para reflejar lo vivido en el capítulo de un libro solidario, este que leéis.

El porqué no fuimos capaces ni de oler la llegada de un virus que se contagia por vía nasal lo tendrán que explicar los irresponsables de esta crisis en el futuro. Había causado estragos en Wuhan y estaba ya matando mucha gente en el Norte de Italia, pero nuestros gobernantes políticos quisieron hacernos creer que España era inmune, cuando nuestro país ha sido históricamente asolado por grandes epidemias. Vimos las barbas de nuestros vecinos cortándose a machete y sacamos las nuestras al aire para vacilar. Y así, de pensar que no era nada, nos vimos de la noche a la mañana con el confinamiento domiciliario, la vida exterior cerrada y los niños metidos en la casa. Y nos tuvimos que empezar a adaptar a hacer algo que nunca habíamos pensado hacer y a convertirnos en las personas que nunca habíamos sido hasta ahora. Y la vida cambió a partir del 14 de Marzo, y para un médico, para los médicos, lo hizo en la dicotomía de tener que vivir esta época como una de los pocos grupos profesionales con permiso para saltarse el arresto domiciliario pero no para vivirlo en libertad sino para pasar a hacerlo, al estilo Mel Gibson y Sigourney Weaver, en el filo de la navaja. Ha sido, sin duda, “el mes que vivimos peligrosamente”.

Mi trabajo es ser cirujano, opero cada día, y la pandemia Covid-19 ha limitado de forma drástica el número de pacientes que han pasado por los quirófanos de los hospitales malagueños en el último mes. Los pacientes iban enfermando por miles cada día, las salas de encame se iban llenando y las unidades de cuidados intensivos (UCIs) se saturaban hasta el extremo de hacer tomar a la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía la decisión se suspender las consultas hospitalarias no urgentes y todas aquellas cirugías que no fuesen indicación de urgencias, enfermedades tumorales o amenazas inmediatas para la vida del paciente. La progresión exagerada de la pandemia acarreó planes de contingencia con el objeto de focalizar toda la inversión, el gasto y la infraestructura sanitaria en la lucha contra el coronavirus. El ejemplo de Madrid, Cataluña y Valencia, con nuestros compañeros de urgencias y cuidados intensivos decidiendo en base a una ética utilitarista que pacientes podían tener la opción de vivir y cuáles no por la limitación de recursos técnicos, era estremecedora y nos hizo prepararnos para el peor escenario posible. Así, me encontré a partir del 16 de Marzo en mi trabajo un hospital de salas de consulta externa vacías, quirófanos restringidos y espacios compartimentados libres o no de coronavirus. La pandemia le cambió la cara por completo a los espacios de salud, vació a base de pánico indirecto las urgencias de los hospitales y los consultorios de los centros de salud y ha convertido las listas de espera en procesiones interminables sin un sitio de encierro claro. Estoy convencido de que la sanidad, al igual que nuestras vidas, nunca volverá a ser la misma que hemos conocido y darle una orientación más práctica sin perder su base humanista será el reto en los próximos años.

El bloque quirúrgico de un hospital tiene su vida propia y una alegría y vitalidad especiales y proporcional al grado de responsabilidad que allí se asume; el día a día es estresante por la presión del trabajo que se hace pero eso genera una satisfacción aún mayor si cabe que nos hace acostumbrarnos a vivirlo todo con más intensidad. Todo eso lo hemos perdido con el jodido Covid-19. La mitad de los quirófanos cerrados, el miedo latente en cualquier paciente que baja a operarse de que pueda estar infectado y no lo sepamos, los abrazos habituales entre compañeros convertidos en miradas y saludos lejanos en cuerpos cubiertos de protecciones exageradas que nos robocopizan y una seriedad que nunca habíamos conocido. Hemos asumido la responsabilidad cada día mayor de tener que operar con nulo margen para el desarrollo de complicaciones en el postoperatorio porque no hay camas de UCI para darle soporte al paciente, ya que están llenas por los pacientes Covid-19, siendo además toda la patología que se hace oncológica porque a la agresividad y capacidad de progresión de un tumor y la necesidad de extirparlo y darle quimioterapia les importa un pepino el coronavirus y siguen adelante. Puedo decir que nunca en mi vida he trabajado con más presión por la necesidad autoexigida de que todo fuera perfecto y de que no hubiese complicaciones, y de dar además de alta a los pacientes lo antes posible. El hospital ha sido, por compartimentación, el espacio físico más seguro para no infectarse por coronavirus pero también ha sido una cárcel para muchos pacientes de edad avanzada que han pasado la recuperación postoperatoria solos, sin compañía de sus familias en las habitaciones ni en el día a día por las necesidades del aislamiento domiciliario y la restricción de la movilidad. Hemos intentado apoyar a los pacientes operados en estos momentos especiales visitándolos varias veces al día, y no sólo una como hacemos habitualmente, para que se sintieran más acompañados y para valorar con celeridad cualquier nueva incidencia evolutiva que nos orientase de forma precoz sobre algún problema potencial. Ha sido más difícil que de costumbre pero ha salido todo fenomenal.

La pandemia como enfermedad también la he vivido de forma muy directa pues mis dos hermanos, ambos médicos, se contagiaron y enfermaron. Tuvieron el cortejo de síntomas típicos con fiebre alta, tos seca y cansancio, mucho cansancio. Sufrieron en sus carnes los déficits que todos los españoles han vivido: la difícil accesibilidad a la realización del test (Óscar estuvo 5 días postrado en cama suplicando hasta que al final lo logró) y la escasez de medios físicos de protección adecuados para poder trabajar con seguridad (Santi se infectó tras hacer varias guardias en el circuito de alto riesgo biológico del área de Observación de Urgencias el Hospital Regional). Tras diez días de tratamiento y casi tres semanas de baja y aislamiento para recuperarse, ambos negativizaron el test y han vuelto a trabajar. En ambos casos recibí la llamada y la notificación, de su propia boca, de que eran Covid-19 (+). No pude evitar ponerme unos segundos en la piel de aquel cuyo familiar hace una fase inflamatoria brutal con criterios de extrema gravedad y no sale adelante; aquel a quien sus familiares ya no lo van a poder ni ver ni, si fallece, enterrar. Es este un autentico drama que me ha hecho pensar que debemos valorar todo aquel tiempo que tenemos, por corto que sea, con las personas que queremos y ensalzar el valor de tener salud en todo momento, cuando dejamos de tenerla no somos nadie. Mi madre, Pilar, cumplió 78 años el día 15 de Marzo, el primer domingo de estado de alarma; gracias a Dios no ha tenido ningún síntoma y se resignó bien al hecho de no ver a ninguno de sus tres hijos médicos en el día de su cumpleaños. Porque ser madre de médicos tiene estos hándicaps, y ella le añade uno adquirido de distancia a las nuevas TICs; gracias a Dios, ella vive sóla y es autónoma para todo, pero mis llamadas de teléfono (nada de Facetime ni Whatsapp por video llamada, nunca ha querido subirse a este carro) con ella siempre terminaban con un llanto de desesperación que era la rabia agarrada de saber que tenía a sus dos hijos infectados. No ha parado de rezar cada día por ellos y por todos los profesionales sanitarios que luchan por ganar a batalla contra el coronavirus. Y que sin duda la están ganando, porque a la paradoja de vivir en el país con más fallecidos y más profesionales sanitarios contagiados por Covid-19 debemos contrapesar que esto no es peor por el gran nivel que estamos dando en la batalla del día a día y a los excelentes planes de contingencia que los gestores y responsables de nuestros hospitales han diseñado, dando refuerzo a la idea de que la macrogestión (política) ha sido una calamidad y la meso y la microgestión han sido de diez.

El aislamiento obligado del Covid-19 ha supuesto una diplomatura forzada en Ciencias de la Educación para la mayoría de los padres con hijos pequeños y un sentido mínimo de la responsabilidad. Mi hijo mayor César, con 12 años, ha asumido su rol de bachiller de primer año y ha estado trabajando con sentido adecuado de la autonomía; para mis pequeños, Rodrigo y Marta, de 8 y 5 años, respectivamente, no ha sido tan fácil. El supuesto beneficio del teletrabajo en casa para los especialistas médicos como mi mujer Marta, que es endocrinóloga, ha sido la gran mentira y una patada en la barriga a la conciliación de la vida familiar y profesional absoluta. La dependencia de los niños pequeños de sus padres para hacer los deberes en casa es tal que ha ocupado toda la mañana de forma sistemática, más aún cuando los niños han ido adquiriendo hábitos de vacaciones estivales y ni era tan fácil acostarlos pronto ni levantarlos con la luz del alba sin la imposición del horario escolar. Así, en mi casa, y dado que yo trabajaba en el hospital cada mañana,  para mi mujer ha sido un machaque tremendo hacer de profesora matutina, de madre por las tardes y de médico,…., de médico, ¿cuando?, pues en las noches de madrugada, en las mañanas de madrugón y en el tiempo libre, supuesto sólo que no real, llamando a pacientes. Para completar la gracia, el gobierno ha decidido la soberana estupidez de promocionar una especie de aprobado general, una tabla rasa que canta a la mediocridad y que discrimina negativamente a los que no han convertido el confinamiento es unas pre-vacaciones; entiendo que poco hubiera costado diseñar para finales de Junio alguna forma de evaluación que hubiese premiado a los que más han trabajado durante este período.

A mí, personalmente, esta catástrofe sanitaria me ha permitido, obligado o condicionado (que podemos decirlo de varias maneras) a trabajar menos de lo habitual por la cancelación obligada de mi actividad no urgente y me ha dado la oportunidad de estar algo más de tiempo con mis hijos. Mi vida de día a día me solía imponer semanas con todas las tardes de trabajo hasta altas horas, llegando a casa con los niños ya durmiendo una jornada tras otra. Ahora, con un par de tardes libres a la semana y mañanas más relajadas, he sido aún más consciente de la renuncia diaria a la vida y al crecimiento de mis hijos que hago por mi dedicación a mi profesión y a mi especialidad, la cirugía. Me he propuesto a mi mismo adquirir el compromiso de seguir viéndolos crecer arañando el tiempo y valorar cada minuto a su lado como algo extraordinario; nunca, ni en las vacaciones estivales, los había acompañado a la cama tantos días seguidos y siempre recordaré esta pandemia como el tiempo en que más los vi crecer. César ha crecido durante este mes por lo menos 5 cm; la paleta mellada de Rodrigo, que era de vacío completo al inicio del aislamiento, ya ha crecido entera; y Marta, mi pequeña, come mejor que nunca todos los días en casa y ha recibido su primera visita del ratón Pérez. ¿O será que ahora que los veo cada día un buen rato me llaman la atención detalles que antes no lo hacían?

La crisis sanitaria del Covid-19 ha sido también tiempo y oportunidad para la solidaridad. Como comenté antes, las penurias y el déficit de materiales de protección y aislamiento de los profesionales sanitarios (médic@s, enfermer@s, auxiliares, celador@s y equipos de limpieza) y los trabajadores  esenciales (fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, equipos de protección civil y trabajadores de residencias de ancianos e internados) ha definido la crisis junto al déficit de tests (PCR y/o serológicos) para determinar el número real de infectados y la incapacidad de las administraciones para dar una provisión adecuada a estas necesidades. Viendo esta carencia tan manifiesta, Joseantonio Trujillo y yo decidimos que era el momento de hacer realidad nuestra idea, hasta ahora medio y cortoplacista, de que nuestra Fundación se pusiera a disposición por fin de los malagueños y ayudásemos a nuestros profesionales en esta necesidad. La Fundación “César Ramírez - Bisturí Solidario” fue creada hace 2 años para ayudar a mejorar, desde la cirugía que es mi especialidad, la calidad de vida de las personas en países en vías de desarrollo (sobre todo en el continente africano) en base a la organización de misiones de 7-10 días en las que, colaborando con la Fundación “Cirujanos en Acción” se operan una media de 150-200 pacientes patologías frecuentes como bocios y hernias de pared abdominal. En esta ocasión, pusimos desde nuestra Fundación en marcha el 1 de Abril el proyecto #ObjetivoMálaga con el objeto de movilizar a los malagueños para conseguir mucho a través de la suma de pequeñas aportaciones; partiendo de 10 Euros de base para crear una propuesta inclusiva, quisimos ser los elementos vehiculares de la sociedad malagueña para con sus profesionales necesitados. Dimos un número de Bizum que agotó su límite de 300 operaciones mensuales en menos de 6 horas y un número de cuenta que nos han permitido sumar, entre ambos, hasta 74800 Euros, algo que podría decir que no habría soñado si no conociese bien a mis vecinos, amigos y conciudadanos y su valor de ayudar y ser solidarios. Conseguimos un proveedor fiable y logramos comprar casi 6000 equipos de protección individual (EPIs), 22500 mascarillas de triple capa quirúrgica y 600 mascarillas profesionales de alta protección FFP2. Todo este material se repartió en la Delegación de Salud de Málaga, Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Málaga, Excelentísimo Ayuntamiento del Rincón de la Victoria, Cuerpo Nacional de Policía, Jefatura de Policía Local de Málaga, Empresa Pública de Emergencias Sanitarias, Asociación Autismo de Málaga y Comandancia de la Guardia Civil. Con absoluta transparencia y trazabilidad de todas las donaciones, fuimos compartiendo en las redes sociales con videos e imágenes todos los actos de entrega y recogida del material con presencia y reconocimiento de todas las autoridades, completando con una gran satisfacción la campaña de “14 días y 700 donaciones” y el honor de recibir también la aportación final de la Fundación Málaga C.F. de su campaña de venta de camisetas solidarias. Los aplausos de las 8 de cada tarde durarán lo que dure el miedo de la sociedad, luego todo volverá a ser desgraciadamente como antes. Sin embargo, lo que nunca pasará será la satisfacción personal de haber servido de hermanamiento y de puente de solidaridad entre 700 malagueños de a pie y sus profesionales sanitarios y esenciales en el mes que vivimos peligrosamente."

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